Carlomagno cruza los Pirineos, sobre la retaguardia que dirige Roldán cae el numerosísimo ejército de Marsilio. A pesar de los consejos del sabio Oliveros, Roldán, valiente y temerario, no quiere usar su cuerno (el olifante) para llamar en su auxilio al grueso del ejército, que ha pasado ya el desfiladero. Roldán, asistido por la flor de la caballería francesa, pelea con valentía, rechaza dos oleadas de paganos, pero a un alto precio. Uno a uno van cayendo los caballeros ante el número incalculable de moros que les acosan. Roldán se decide, por fin, a tocar el olifante para avisar a su tío, el Emperador Carlomagno. Lo hace con tal fuerza que le estallan las sienes. Pero es demasiado tarde, se queda solo en la pelea y sucumbe, como los demás, frente al enemigo. Antes de morir desea romper su espada Durandarte para que no caiga en manos del enemigo, pero la piedra contra la que golpea su espada se parte por la fuerza del golpe de Roldán.
Cuando Carlomagno escucha el cuerno que demanda socorro, sospecha la traición de Ganelón y lo arresta, y vuelve a Roncesvalles al frente de sus tropas. Persigue a los moros que se baten en retirada y los extermina a las orillas del Ebro. Pero una vez derrotadas las tropas de Marsilio, Carlomagno debe enfrentarse a Baligante, almirante de Babilonia. En esa batalla, Baligante muere a manos de Carlomagno, quien finalmente consigue tomar Zaragoza, donde Marsilio muere furioso. Tras enterrar en la iglesia de Saint-Romain en Blaye a Roldán, Olivier y al arzobispo Turpín, regresa abatido a Aquisgrán. La hermana de Olivier, Aude, muere de pena al conocer el fallecimiento de su amado Roldán.
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